Nuestros padres, abuelos, mayores fueron recientemente definidos  personas “no indispensables al esfuerzo productivo del País” por el Presidente de Liguria, (mi región). Creo que esta cuestión salga de las diatribas políticas entre derecha e izquierda y que sea, en cambio, un tema referente a la moral y las costumbres actuales. La razón de esto es muy sencilla: si un representante político de ese nivel se atreve a considerar a nuestros mayores como ejemplos de improductividad, esta es la señal que por lo menos la mitad de las personas (sus votantes) la piensan como él.

“O tempora, o mores!” (¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres!) gritaría otra vez Cicerón. Nada tiene sentido en una sociedad en la que los que tienen experiencia y sabiduría son juzgados según los principios despiadados de la productividad, ni que fuéramos todos operarios dentro de una fábrica.

Nuestros abuelos y padres son los que trabajaron durante más de 40 años, los que nos permiten ir a trabajar porque cuidan con amor a nuestros hijos cuando están enfermos, son los que nos ayudan económicamente cuando los ERES aprietan, son los que siempre tienen una paella lista el domingo o que nos llenan la nevera de verduras de su huerta. Diría que su nivel de productividad está bastante bien.

Sin embargo, aunque no fueran tan productivos, ellos son los que nos dieron la vida y, sólo por esto, merecen nuestro respeto. En las comunidades que mejor han sabido vivir en armonía con la Tierra y la naturaleza los mayores siempre fueron considerados la pieza más importante, los que aconsejaban sobre cuestiones relevantes: eran chamanes, sabios, jefes de tribu.

Pueden no ser productivos según las reglas implacables del neoliberalismo, pero son personas valiosas, que nos enriquecen con su experiencia, que representan nuestra memoria histórica, son nuestras raíces familiares que nos permiten crecer y florecer, son el eje alrededor del cual nos juntamos cuando la vida se hace dura.

A lo mejor tendríamos que parar de apuntar el dedo hacia los políticos, que no son nada más que nuestros representantes, y empezar a reconsiderar nuestra manera de vivir y nuestros valores morales.

A lo mejor todos tendríamos que tener claro que sin raíces, no hay frutos.

 

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Imagen de portada: las manos de mi «improductivo» padre

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