Hace unos días Martina y yo fuimos al Hospital de Sant Pau de Barcelona para un control pediatrico. Nada más poner pie en la planta baja mi hija echó un vistazo al bar y espetó, indignada, indicando las bolsas de patatas fritas y las máquinas expendedoras de dulces y cafés “¿por qué un sitio dedicado a la curación de enfermos vende comida basura?”. Justa observación, Martina ¿por qué?

Quiero puntualizar que no he criado a mi hija con comida biológica y rigurosamente sana. Intento que coma fruta y verdura cada día y prefiero la cocción al vapor y al horno, pero esto no quiere decir que la cena pizza-patatas-hamburguesa esté prohibida. El punto aquí es que en un hospital donde hay enfermos y profesionales implicados en su recuperación, la filosofía imperante tendría que ser cuida tu cuerpo. Los medicamentos ayudan a superar algunos aspectos de la enfermedad: el ibuprofeno alivia el dolor, el antibiótico elimina las infecciones, los anticoagulantes reducen el riesgo de formación de trombos y así sucesivamente…

Lo que lamentablemente todavía no tenemos claro es que a menudo los medicamentos actúan como un parche en nuestro cuerpo. Si hay un desgarrón, lo remendamos con fármacos que a menudo nos vuelven pacientes crónicos y, su uso prolongado, aunque resuelve el problema por el que fue elegido, crea, al mismo tiempo, otros fallos en nuestro organismo.

La idea principal es no seguir manteniendo un sistema basado en el concepto de “apaga un fuego para encender otro” en un uso continuo de medicamentos. Lo correcto sería tratar nuestro cuerpo con amor y benevolencia, eligiendo, dentro de lo posible, alimentos sanos que permiten mantenerlo limpio y en forma. Un ejemplo de esto es el caso de una paciente enferma de cáncer que estaba recibiendo una quimio bastante agresiva y, bajo consejo de su médico, tomaba regularmente una infusión de puerros y apio que tiene un potente efecto desintoxicante para el hígado. No estoy obviamente diciendo que el caldito la curaría del cáncer, sino que ayudó su cuerpo a reaccionar más rápidamente a los efectos colaterales de una cura muy dura.

Por lo tanto, para retomar a la reflexión inicial de mi hija, si una chica de 13 años puede entender que un hospital tendría que ser un sitio donde la gente recupera su salud ¿Por qué no lo entienden los adultos que administran estos centros? ¿Por qué en los hospitales se sirven galletas y zumos envasados con un alto índice de azúcar, ya que ha sido probado científicamente que esta sustancia es dañina para la salud? ¿Por qué no se le proporciona a los pacientes fruta o zumos recién exprimidos?

Si médicos y cirujanos estuvieran acompañados por expertos en ciencia de la alimentación que enseñaran a los pacientes a comer bien y a cuidar su cuerpo dentro y fuera del hospital, habría seguramente menos recaídas, con un consecuente ahorro en gasto sanitario. Sería una inversión inicial que llevaría a la creación de nuevos puestos de trabajo, pero, en un futuro próximo, provocaría un gran ahorro en la sanidad pública.

Estoy convencida que las cosas a nivel de Administración del Estado cambian sólo cuando es la gente la que lo exige. Por lo tanto, espero que pronto llegue el día en el que sean los pacientes los que piden tener hospitales que se ocupen de verdad de su salud bajo todos los aspectos.

 

Dedicado a Giorgia (y a sus #biologosverdaderos), a Sara, a Noemi, a Martina y a la nueva generación que cambiará el mundo.

 

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