Son días difíciles. La Navidad está cerca y lo único que logro hacer es correr como un pollo sin cabeza para comprar el pijama para mi hermana o la sudadera para mi sobrina. La Navidad tendría que ser un tiempo de recogimiento, de silencio, de momentos pasados con las personas que queremos. Tardes de té, mantita y chimenea (además de comilonas), pasadas mirando las luces del árbol mientras fuera llueve o nieva.

Y, sin embargo, nos complicamos la vida comprando regalos a lo loco, distraídos por el consumismo desenfrenado, los gastos excesivos que nos anestesian y quizás no nos dejan pensar en nuestras debilidades y vacíos, en las personas que queremos y ya no están.

El otro día Facebook me recordó un post mío de hace unos años. Decía más o menos así: “Soy de esas personas que quisieran dormirse el 20 de diciembre y despertarse el 7 de enero”. Pensé: pobre de mí. En la vida se acumulan años de experiencias buenas y malas. Desafortunadamente, a veces, las malas nos hacen sufrir tanto que la única cosa que queremos es no volver a sentir. Tenemos demasiado miedo de angustiarnos otra vez, de llorar, de sentir el nudo que nos cierra la garganta y el vacío en el corazón. Pero, ¿sabéis qué? Es una lástima reaccionar así, porque la vida es también y sobre todo sentir y porque la tristeza, si ahogada, no hace nada más que amplificarse y transformarse en rabia, rencor y frustración.

La mayoría de los niños no ha tenido el tiempo suficiente para acumular tantas malas experiencias y por lo tanto se enfrenta a la Navidad llena de alegría, con los ojos abiertos de par en par, convencida que, como por arte de magia, todos sus deseos se materializarán debajo del árbol.

Este año podríamos intentar no vivir la Navidad como una tortura, podríamos portarnos como ellos. Se puede hacer, créanme, lo importante es soltar toda la rabia, el rencor y la frustración. Encendamos las luces del árbol, hagamos el belén, pongamos velas a nuestro alrededor, quedémonos en recogimiento, hagamos silencio dentro de nosotros y, si sentimos tristeza por los que ya no están o por lo que lamentablemente no ha podido ser, permitámonos sentirla. No hay nada malo en estar mal por un momento. Es pasajero y liberador. Una vez que la emoción negativa ha sido soltada, concentrémonos en el corazón y en todo el amor que podemos sentir. Sin miedo. Emitamos ese sentimiento como si fuéramos una antena de radio. El amor llamará más amor. Y, a lo mejor, seremos capaces de abrir los ojos de par en par y convencernos de que todo lo que deseamos se materializará debajo del árbol.

FELIZ NAVIDAD A TODOS!

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