En estos tristes días, marcados por la sombra de una sentencia infame que rebaja a nivel de abusos una violación feroz perpetrada por cinco treinteañeros sobre una chica de dieciocho durante los Sanfermines hace dos años, me gustaría gastar unas palabras de esperanza poniendo la atención sobre lo que vi en la manifestación posterior al veredicto.

En las horas siguientes a la lectura de la sentencia la gente se echó a la calle como un río, empujada por una incontenible ola de indignación. Yo también bajé con mi hija de doce años, porque cada célula de mi cuerpo gritaba NO, no lo acepto, no quiero ser considerada mercancía y no quiero que este concepto mancille el futuro de mi niña.

Al llegar a la Plaça Sant Jaume tuve la maravillosa sorpresa de sentir que la indignación no era el solo sentimiento que impregnaba el ambiente. El clima de unión, solidaridad y de mutuo apoyo era casi palpable. Allá, entre miles de personas que gritaban eslóganes, levantaban carteles y hacían resonar llaves, cazuelas y silbatos, giré sobre mí misma para observar a la gente alrededor mío y tuve una grata sorpresa: los hombres presentes eran muchos, ¡muchísimos! Martina cree que eran por lo menos la mitad y yo le doy la razón, aun no teniendo números oficiales.

Lo más importante es que estos hombres estaban allí para gritar con las mujeres que esa manada no los representa, que ese juez que votó a favor de la absolución no los representa, que no quieren que sus compañeras, amigas, madres, hermanas e hijas sean tratadas como objetos. Estaban allí para decir que por fin algo se mueve en esta sociedad, que una parte cada vez más grande del mundo masculino se está volviendo consciente del hecho que una violación no tiene nada que ver con el sexo, sino que es un acto de sumisión del otro. Estaban allí para decir que NO, con todas las mujeres.

Esta nueva consciencia me reconfortó y transformó mi frustración e impotencia en esperanza. Aunque la cultura machista y opresiva sigue coleteando en las altas esferas jurídicas, en política y entre la gente de a pie, esos hombres en la manifestación gritaban que algo está cambiando que ellos están presentes y conscientes.

Una imagen entre todas se ha quedado grabada en mi mente como símbolo de esta evolución: un padre con su hija de unos dos años en los hombros cantaba “El carrer será sempre feminista!” (¡La calle será siempre feminista!). En la esperanza de que llegue el día en que ya no haya que hacer una lucha feminista, o defender una minoría o una raza porque ese día sólo se hablará de derechos humanos. Iguales. Para todos.

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