Hace poco leí un libro escrito por una japonés adorable que rebosa alegría: Marie Kondo (La magia del orden, Aguilar, 2015). El método Konmari se basa en un concepto extremadamente sencillo: conservar sólo lo imprescindible, las cosas que nos hacen sentir felices. Antes de empezar a ordenar el hogar, hay que reunir todos los objetos pertenecientes a una categoría (ropa, libros, documentos…) y preguntarse qué sensación nos transmite ese objeto: si es alegría, lo conservas, si no, le agradeces sus servicios y lo tiras (mi alma ecologista quiere interpretar este “tirar” como un “llevar al centro de reciclaje”).

Este acto de dar las gracias es un maravilloso aspecto de las raíces shinto de la cultura japonesa que falta completamente en nuestra sociedad occidental: respetar las cosas como entidades, considerar que los objetos también tienen un alma que se desarrolla con el pasar del tiempo y el uso que hacemos de ellos. Por esta razón se necesita agradecerle el habernos sido útil y habernos acompañado, antes de tirarlos.

Esto no quiere obviamente decir que hay que pedirle permiso a una silla antes de sentarse por miedo a que su espíritu se pueda enfadar, pero creo que el concepto de gratitud no está lo suficientemente inculcado en nuestra sociedad. La gratitud es, de hecho, la base de todo lo positivo que nos sucede en la vida. Sentir y enseñar gratitud multiplica por mil nuestra riqueza, interna y externa. Hasta los efectos de la terapia Reiki, que conozco bien porque la practico diariamente, son infinitamente superiores si hay una actitud de gratitud por parte del terapeuta y del beneficiario.

Algunos han querido ver en el método de esta japonesa una tecnica (extremadamente obsesiva) para mantener ordenada la casa. Yo, sin embargo, veo en ella un verdadero curso de autoayuda. De hecho, Marie empieza el trabajo con sus clientes pidiéndoles que describan, con pocos adjetivos, cómo quisieran que fuera su vida. Con este ejercicio se revela de inmediato el objetivo principal del “ordenar la casa”: aclarar cuáles son nuestras prioridades en la vida, qué tipo de existencia queremos llevar y qué tipo de personas somos.

El exceso de objetos nos “distrae” de nuestra esencia. Acumulamos, compramos, nos “ahogamos” en cosas cuando al fin y al cabo lo que verdaderamente importa somos nosotros mismos, nuestra seguridad interna, nuestras cualidades, que ninguna posesión puede mejorar. Si nos libramos de esta montaña que nos esconde tememos que, a lo mejor, no quede nada.

Una de las frases más contundentes de Marie, a mi aviso, es “Las casas tendrían que ser el espejo de las personas que somos ahora. No de las personas que hemos sido en el pasado”. Sigue siendo el miedo al vacío lo que nos empuja a acumular, nos escondemos detrás de la excusa que los recuerdos son parte de nosotros, parte de nuestra historia, nos enseñan de dónde venimos. Y así es! Pero, por el amor de Dios, ¡no necesitamos conservar las entradas del concierto de los Europe del ‘87!!! Yo estaba allí, me acuerdo, todavía siento las emociones de ese momento, pero no tengo que ocupar por narices parte de mi espacio físico con ese recuerdo…u otro centenar desde los años ’80 hasta hoy.

Creo que el éxito de Konmari se debe al hecho que, en una sociedad en la que la producción, el gasto y el acumular cosas ha llegado a niveles insostenibles la gente empieza a ver que otro estilo de vida no sólo es posible sino deseable. Marie ha conectado con la necesidad de sencillez que sienten muchas personas, hay algo reconfortante en simplificar las cosas, nos ayuda a centrarnos en nosotros mismo, a ser más conscientes, presentes…

Y ahora perdonadme, pero me voy a la cocina para imitar a esa amiga mía que, aplicando el método Konmari, sentada en suelo y rodeada de una montaña de tuppers, los cogía uno a uno para preguntarle “Tupper, ¿me haces feliz?

 

Foto de portada de Fabrice Van Opdenbosch

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