Anoche soñé contigo, Sandra: estabas sentada al fondo de una escalera ancha y blanca que acababa en las nubes. Tenías tu eterna sonrisa y el pelo largo con trenzas de colorines como cuando te conocí al principio de tus sesiones de Reiki, antes de la quimio. Llevabas una falda larga hippie de las que te gustan a ti y hablabas, hablabas con tu calma seráfica, la mirada risueña y tu voz de niña.

En un primer momento pensé “¡qué bien está, a lo mejor se ha curado!”. Luego me di cuenta de que esa era la imagen de tu alma que, contrariamente a tu cuerpo, nunca sufrió los estragos de la enfermedad. Tu alma se ha conservado intacta, luminosa y potente hasta el final, Sandra.

Todavía me acuerdo de una de las últimas sesiones de Reiki que te di: estabas muy débil y cansada, pero lo primero que me dijiste al entrar en tu casa fue “¡Estoy hasta el moño de esta enfermedad!¡ Uh, calla! ¡Si estoy calva!!” y venga reírnos. Tu oncóloga se quedaba mirándote ojiplática, pobrecita, no estaba acostumbrada a tu sentido del humor negro. Como el día en el que te quejaste porque el casco de la radioterapia te había hecho caer todo el pelo, menos un mechón en el cogote que parecía un bigotillo. “Mañana me dibujo una boca y una nariz en la cabeza, así parecerá que tengo dos caras”. Te reías de todo, decías que nada vale la pena si no soltamos una carcajada de vez en cuando.

Ante de conocerte pensaba que ya tenía bastante claro el valor de la gratitud y del esfuerzo de superación personal, pero tú me impartiste una masterclass de todo, querida. Para ti un simple gracias no era suficiente: nos dabas besos y nos abrazabas mil veces antes y después de cada sesión porque querías que estuviera absolutamente claro cuánto apreciabas nuestro trabajo. Si estabas cansada o te dolía el cuerpo venías igualmente a las sesiones, nada te paraba “si la enfermedad quiere llevarme ¡que me pille de pie!”.

Quisiste probar todas las curas posibles, no importaba cuánto te costara física y espiritualmente: “con un hijo de 10 años me agarraré con fuerza a cada segundo de vida”. Y así ha sido. A veces no lográbamos entender de dónde sacabas las fuerzas para mantenerte de pie, pero seguramente ese niño era la respuesta a todas las preguntas.

Al final del sueño te has levantado y has empezado a subir la escalera, pero antes me has prometido algo, ¿recuerdas? Me has dicho que volverías a darme una patada en el culo cada vez que me parara en la vida o que olvidara estar agradecida por todo lo que tengo. Cuento con ello, ¿vale? ¡No te olvides! Pasa la frontera de vez en cuando para recordarme tu legado. ¡Hasta siempre, Sandra querida!

Imagen de portada de  Fabrice Van Opdenbosch

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