Gracias a Dios y a mi capacidad innata de hablar hasta con las piedras tengo un montón de amigas de todo tipo y nacionalidades. El otro día fui a tomar una cerveza con mi adorada croata y la cuestión catalana salió en la conversación como pasa inevitablemente desde hace ya semanas. Últimamente la tensión es tan patente que en algunas ocasiones se podría cortar el aire con un cuchillo y nosotras “extranjeras” (lo pongo entre comillas porque nos sentimos parte de esta sociedad, pero quizás tenemos un punto de vista más objetivo que los autóctonos) observamos la apremiante sucesión de eventos con total desconcierto.

Siendo una cuestión relativa a la posible independencia de una parte del País del gobierno central, le pregunté cómo vivía esta situación, ya que en los tiempos de la guerra de los Balcanes ella tenía más o menos 18 años e imaginaba que alguno de los hechos vividos últimamente había despertado en ella viejos fantasmas.

La respuesta, clara y concisa, era dirigida a ambos bandos: estos no saben lo que están haciendo. En los tiempos de la disolución de Yugoslavia los croatas habían celebrado felices su propia independencia cuando el ejército serbo había abandonado el territorio en sus tanques: no imaginaban que poco tiempo después los mismos soldados volverían para atacarles.

Su consternación aumentaba cuando oía a las personas alabar una España unida grande y fuerte o una Cataluña independiente grande y fuerte, ya que su sensación era que la gente de a pie no se estuviera dando cuenta de las consecuencias morales y físicas de este sectarismo. “Todavía recuerdo las noches en las que nos despertaban las sirenas antiaéreas y teníamos que ir corriendo a los sótanos para protegernos”.

Otro recuerdo impreso en su mente era el coste económico de la creación de un nuevo estado: los ahorros bloqueados en los bancos de los que fue devuelto sólo el 80% después de años, las dificultades en recuperar el oro saqueado de Belgrado que se utilizaría para crear una nueva moneda, hasta las embajadas desperdigadas por el mundo fueron divididas entre los varios nuevos estados como los regalos de una boda después de un divorcio.

Estas son cosas de las que nadie quiere hablar: a los políticos que hacen presión sobre la opinión pública e incendian las masas con discursos populistas e himnos a la nacionalidad (de un bando y del otro, ¡claro está!) no le gusta poner el dedo en la llaga de las consecuencias prácticas que la población tendrá que vivir inevitablemente en el caso de una separación o de un conflicto. No se arriesgan a perder un puñado de votos…

Contrariamente a lo que le ha pasado a mi amiga, yo he tenido la suerte de no verme involucrada en un conflicto tan feroz como el de los Balcanes, por lo tanto no he vivido estas semanas convulsas con terror, sino con ansiedad y bastante inquietud. Casi todo lo que ha pasado durante el referéndum del 1 de octubre me ha profundamente afectado por la intensidad de los sentimientos expresados durante esas horas. Una escena se ha quedado particularmente marcada a fuego en mi memoria: una mujer de unos cuarenta años caminaba a la cabeza de un grupo de votantes con un fajo de papeletas en la mano, gritando “¡Por mi padre, por mi madre, por mis abuelos!”. Me he quedado boquiabierta: en ese preciso instante he tenido la neta impresión de que ciertas heridas abiertas durante la guerra civil no han cicatrizado nunca. Todavía hay dolores que fueron ahogados, por la dictadura en un primer momento y sucesivamente por la necesidad de paz y bienestar, que en este momento histórico han salido de repente a la luz como si se hubiese abierto la caja de Pandora.

Esto me preocupa profundamente porque, si en todos estos años no se ha encontrado un bálsamo capaz de sanar las almas desgarradas, hay un riesgo de que la historia se repita y la sociedad recaiga en los errores del pasado.

Mi sensatísima croata ha venido en mi ayuda sobre este punto:” A lo mejor, como pasa en algunas terapias, verbalizar estos sentimientos ahogados por decenios y llevarlos a nivel consciente es suficiente para poderlos superar y dejarlos, de una vez por todas, en el pasado”.

Quiero creer que es así, que esto es realmente el proceso que estamos viviendo en este momento. Quiero creer que esta sociedad esté lista para enfrentarse a los fantasmas de su pasado, sacarlos a la luz y deshacerse d ellos, por fin. Quiero creer que el momento histórico es perfecto para realizar un trabajo profundo a nivel de consciencia personal y colectiva. Que cada uno  cave hondo en su propia alma y ventile los viejos traumas enterrados, en vez de expresarlos a través de alguna forma de violencia hacia el otro. Al fin y al cabo un pelín de sentido común croata podría ser la solución a todo este delirio.

 

Imagen de portada de Fabrice Van Opdenbosch

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