Algunos aspectos de la vida contemporánea, como la presencia (ni siquiera tan clamorosa) de mujeres en puestos de trabajo de responsabilidad y un número siempre mayor de hombres que empujan cochecitos y acompañan los hijos al cole dan la impresión de que nuestra sociedad está cambiando a pasos agigantados.

Sin embargo, no obstante estas señales alentadoras, a veces, durante las conversaciones más íntimas, salen a la luz unas creencias medievales, por decirlo suavemente, que sobreviven en la mentalidad de mujeres relativamente jóvenes.

Esta vez el tema de la conversación era, como no, el amor y las relaciones y mi sorpresa fue mayúscula al darme cuenta que la mayoría de las participantes a la charla (todas alrededor de los 40 años) daba por descontado que su pareja, si hubiese tenido la oportunidad, la traicionaría. Reconozco que esta afirmación me ha dejado realmente estupefacta, no tanto por la traición en sí, que ya considero grave, sino por el hecho de que se hiciera distinción de “genero”. Es decir: estas mujeres afirmaban que por la fidelidad de su compañero hacia ellas no habrían puesto la mano en el fuego, dando por hecho que el hombre es más débil que la mujer delante de la tentación. Si la persona que pronunció esa frase hubiese sido mi abuela o hasta mi madre no me hubiera escandalizado. Sin embargo oír a mujeres de mi edad justificar la promiscuidad masculina me ha dejado boquiabierta.

Una de las participantes a la conversación llegó a afirmar “si crees que un hombre no te traicionará nunca eres una ilusa”. No, querida, esto sí que no. Está claro de que es posible que me traicionen, de hecho es una situación que ya he vivido en el pasado. Pero, si empezara o llevara adelante una relación con este concepto en la cabeza sería un poco como considerar nulo el compromiso y la dedicación que necesita cualquier relación humana para desarrollarse y crecer en el tiempo. Me niego a considerar inevitables el sufrimiento, el derrumbe de confianza y la humillación que presupone una traición.

Pero, sobre todo, me rebelo al concepto según el cual todos los hombres traicionan por defecto porque considero altamente irrespetuoso relegar el concepto de infidelidad a todo el género masculino. Sería un poco como decir que todas las mujeres están genéticamente predispuestas para la limpieza del hogar: si lo hubiese dicho un hombre todo el mundo le habría atacado llamándole machista.

Creo que la responsabilidad de las mujeres en la evolución de nuestra sociedad es enorme: si no queremos  hombre egocéntricos e infieles tenemos que tomar consciencia nosotras mismas de nuestro valor, de la fuerza que nace de nuestra feminidad, pretender y brindar fidelidad en nuestras relaciones.

La idea es crecer juntos, hombres y mujeres, pero para hacerlo tenemos que empezar a ocuparnos de lo que es importante para nosotras, a valorarnos a nosotras mismas a erradicar de nuestras mentes esta división en géneros cuando se trata de valores humanos. Si nosotras rompemos la cadena, el mundo masculino integrará unos conceptos de respeto y comprensión más profundos. La consciencia femenina puede por fin abrir camino, eliminar este tópico y dejar de perpetuar un modelo de pareja que ya ha resistido demasiado el pasar del tiempo.

 

Imagen de portada de Fabrice Van Opdenbosch

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