Una vez encontré unos chamanes peruanos. Después de crear la obscuridad más absoluta en la habitación, sacaron unos cristales de roca enormes que, puestos uno al lado del otro, empezaron a brillar. Me pareció increíble ver que unos minerales cobraban vida cuando eran acercados el uno al otro.” No son mis palabras, es una experiencia que me han contado y que me ha fascinado muchísimo.

Las semanas antes de Navidad habían sido bastante difíciles para mí, había vivido cambios internos y externos muy profundos y a menudo me había costado mucho mantener el equilibrio y la cordura. Durante las pasadas vacaciones, por lo tanto, me sentía bastante confundida, insegura, hasta triste a veces.

Sin embargo, volviendo de una comida con una amiga queridísima, me dijeron “estabais muy guapas, felices, aunque lloviera, ¡brillabais!”. Me quedé boquiabierta ya que, atrapada en mis preocupaciones, no me había dado cuenta del bienestar que puede surgir de la sola presencia de las personas que queremos. Creo que a menudo subestimamos la profunda serenidad que nos puede regalar alguien que amamos y que nos ama.

Como terapeuta tengo obviamente que subrayar el hecho que la verdadera felicidad se encuentra en cada uno de nosotros y no depende de ningún factor externo: nosotros somos el alfa y el omega, los artífices de nuestro destino y la fuente de la que sacar fuerzas y serenidad. Si le damos esta responsabilidad a un factor externo, nuestra seguridad se desmorona como un castillo de naipes al primer soplo de viento.

No obstante, este concepto no tiene que hacernos perder de vista la influencia benéfica que ejerce en nosotros el estar rodeados por las personas que queremos. Aunque ellos no sean el origen de nuestra felicidad, tienen la capacidad de hacernos brillar como aquellos cristales, gracias a sus sentimientos hacia nosotros.

¡Ojo! Porque en este caso la responsabilidad sigue siendo nuestra: de hecho, la belleza existe en los ojos del observador. Si no somos capaces de reconocer y sentir el cariño de quien nos rodea no importará si tenemos muchos amigos, una gran familia o compañeros maravillosos. Si no nos entrenamos para valorar quien nos rodea acabaremos solos, áridos, vacíos.

Creo que empeñarnos en notar los defectos de los demás nos hace perder de vista lo que verdaderamente importa, ya que éstos son sólo unos aspectos de nuestra personalidad y no revelan lo que sentimos los unos por los otros. El secreto es concentrarnos en el corazón y soltar los detalles inútiles. Si nos centramos en el amor todo lo demás desaparece, sólo queda el amor. Y el amor sana, llena, limpia y nos hace brillar como cristales en la oscuridad.

 

Imagen de portada de  Fabrice Van Opdenbosch

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