Normalmente durante una sesión de Reiki tengo que lidiar con varios problemas físicos, psicológicos y emocionales que el paciente no logra ver o resolver por sí solo. Mi trabajo es un poco como el de un mecánico: encuentro el origen de la avería, limpio un poco aquí y allá, arreglo algo y dejo que el cuerpo y el alma del paciente eliminen definitivamente el problema.
Sin embargo esta vez tuve la suerte de darle una sesión a una amiga reikista que, en ese momento, estaba en completo estado de gracia, y asistí a algo al que no estaba acostumbrada para nada. En seguida noté la posición peculiar de la chica encima de la camilla: estaba totalmente relajada con los brazos y piernas abiertas como el hombre de Vitruvio. En el dibujo original de Leonardo el hombre está situado dentro de una circunferencia, que representa el cielo, y un cuadrado, que representa la tierra. Se trata de dos figuras de hombre de perfectas proporciones, símbolo de equilibrio entre cuerpo y espíritu.
Con estas premisas no me sorprendió encontrarme con una situación totalmente diferente a las habituales: nada de bloqueos energéticos en el cuerpo, nada de dolores físicos o contracturas, sino una sensación de expansión y serenidad impresionantes. Las imágenes que se sucedían delante de mí estaban todas relacionadas con el “hacer”, realizar cosas diferentes en total armonía consigo misma y el ambiente que la rodea, organizar talleres espirituales con diferentes personas, llevar adelante una actividad económica, gestionar su rol de madre y esposa. Todo se desarrollaba en total equilibrio, sin cansarse y con gran alegría, era como si Chiara (la chica en cuestión) tuviera una varita mágica que le hacía transformar todo lo que tocaba.
Mi sorpresa por estas sensaciones desapareció cuando me di cuenta de que la razón de ese equilibrio perfecto era la falta de miedo. Chiara había decidido no poner en discusión nada de lo que hacía, aunque no lo hubiese intentado antes, aunque no estuviera calificada para hacerlo. Si había que realizar objetos artísticos para una fiesta del pueblo lo hacía, si tenía que pintar cuadros lo hacía, si tenía que atreverse con corte y confección lo hacía. No decía que no a ninguna actividad, si le apetecía se ponía manos a la obra. Era un poco como el eslogan de Nike “Just do it”, sin dudas, lo hago y luego no juzgo el resultado.
El efecto de esta postura en ella es la que describí al principio de este artículo: una sensación de unión con el cielo y la tierra, entre cuerpo físico y alma, que es la expresión máxima del bienestar.
Esa sesión de Reiki fue una estupenda lección para mí, porque es muy diferente decir que hay que creer en uno mismo a ver los efectos de la confianza en nuestro espíritu y la realidad que nos rodea. Por lo tanto decidí que, de ahora en adelante, realizaré todo lo que deseo hacer sin ponerme en discusión, sin dudas, y estoy segura que lo haré todo bien, no perfectamente, pero bien. Porque yo no tengo miedo.

 

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